miércoles, 26 de diciembre de 2012

BUSCANDO LA SALIDA



No sé qué hago corriendo por estas callejuelas; voy ahogado, y mis suelas hacen ruido en el empedrado irregular. ¿he dicho que es de noche?. La niebla me agobia, y no me deja respirar, así que jadeo por la boca. Las farolas de la calle apenas iluminan el suelo, esa luz de gas mortecina. Me paro en una casapuerta a recobrar el resuello y es entonces cuando realmente me alarmo. Pienso en las últimas horas de mi vida, y sólo recuerdo el haber estado corriendo. Mi reloj marca las ocho y cuarto de la noche; en el suelo varias hojas de periódico vuelan en círculos, así que me acerco y cojo una de ellas. La fecha impresa es la del ocho de enero de 1.876. Y por lo que leo a la escasa luz de las farolas, me encuentro en Madrid. Así que para centrarme un poco decido ir buscando las calles principales hasta que logro salir a una que parece ser importante, con iglesias de porte plateresco y vetustos edificios que una vez fueron importantes. Sólo hay unos pocos transeúntes por ella, y una calesa con un caballero bien portado pasa junto a mí, con monóculo y todo, chaqué y sombrero de copa. Miro al cielo extrañado: otros coches de caballos vuelan por los aires, con caballos y todo. A ambos lados de la cabina aparecen unas alas metálicas, que a la tenue luz las creo de bronce, labrada al estilo de los querubines barrocos.
Creo que tengo una casa por esta calle. Mientras ando de nuevo cada vez más rápido me rebusco en el traje de chaqueta; tengo unas llaves y unas monedas. Sigo buscando algún edificio que me parezca familiar, y por fin lo encuentro, ese edificio desvencijado me produce una sensación de dejá vú.  Saco el manojo de llaves y pruebo hasta que una de ellas abre el oxidado portón con un golpe seco. El segundo piso, estoy casi seguro. Subo por las escaleras y escojo una puerta al azar. La cuarta llave abre por fin la puerta. Entonces encuentro para mi sorpresa a alguien sentado en una silla de madera - ¿es éste mi apartamento? – esperándome. No llevo armas y no sé dónde estoy, así que decido escuchar lo que tiene que decirme
- D, Bienvenido de nuevo… realmente tienes agallas para volver – me dice
Me fijo en el hombre, regordete aunque más alto que yo, con una calva de monje y vestido con andrajos.
- ¿Quién eres? – le pregunto
- Soy tu amigo F, no me digas que no me recuerdas ¿o es que has abusado del opio hoy?
- Debe ser eso – miento – siquiera recuerdo quién soy.
Pero F no pierde el tiempo, se abalanza sobre mí con un cuchillo en la mano y me hiere en la mejilla. Noto la sangre por mi rostro, mientras F mueve el cuchillo en grandes curvas, intentando cortarme el vientre. Es entonces cuando veo el hacha en la mesa; la recojo y grito al dirigirme hacia él. F retrocede con ojos paranoicos, tropieza con una silla tumbada que le salva de mi golpe. Inmediatamente se incorpora y huye hacia la puerta. Cierro tras él y me voy al baño. En el retrete juguetean las cucarachas. El lavabo aparece pardo. No hay ducha y supongo que en este año no existen. Mis ojos se van cerrando, mientras me mareo por el dolor de la mejilla…

Abro los ojos y parpadeo asombrado. Me incorporo en una cama amplia y limpia, que huele a perfume. Junto a mí hay una figura femenina desnuda y boca abajo. La luz penetra por las rendijas de una gran ventana con persianas bajadas. Me incorporo y la abro. Estoy en un rascacielos, quizá el piso diez o doce. El cielo está encapotado y una densa lluvia cae frente a mis ojos.
La chica se vuelve. Es realmente bonita: un rostro redondo y perfecto con ojos negros como el alabastro y labios carnosos. El pelo color pajizo le cae sobre los hombros. Me mira y sonríe
- Venga, D… no me digas que hasta los domingos echas de menos el trabajo
- No es eso – pienso una respuesta neutra – quería ver la lluvia.
Ella suspira hondamente
- D, D, D. Eres un tipo raro ¿Dónde están tus cigarrillos?
- No lo sé, búscalos.
- Voy al baño, me doy una ducha y nos vamos a comer al San Pietro.
La chica se levanta de la cama y se va al baño, tal y como su madre la trajo al mundo. Tiene un pequeño rectángulo metálico entre sus preciosos omóplatos. Mientras escucho cómo abre el grifo de la ducha, me dirijo a su bolso, buscando retazos de una realidad que se me escapa. En su monedero encuentro su carné. Se llama F, no aparecen apellidos ni nombres. No consta su fecha de nacimiento ni su nacionalidad. Sólo F. Parece el documento falso que incluyen en las carteras para venderlas. Me toco la mejilla derecha y un dolor agudo me recorre el rostro, me mareo de nuevo y minúsculas arañas negras bailan ante mis ojos, mientras F canta una canción triste y antigua en la ducha.

Hace frío y está oscuro. Por mucho que intento abrir los ojos no consigo ver nada. ¿Dónde está F? ¿Quién es F? tampoco consigo sentir mi cuerpo. Retrotraigo mi consciencia a verdades más simples – eso suena bien – recuerdo, y es aún más doloroso. Me duele la mejilla izquierda y estoy sangrando pero no tengo mejillas. Corro por las calles, pero no tengo piernas. Vuelvo a apretar mis recuerdos como un limón exprimido y recuerdo algo escondido, primigenio. Un chico jugando con su realidad virtual es más familiar que cualquier otra imagen, delante de su consola holográfica. Se coloca las gafas mientras una imagen frente a sus narices le pide que presione F para continuar.
“Quiero salir de aquí, busco mi salida”
Mientras, frente al Chico aparece un bloque que le solicita el nombre
“Creo que esto es la muerte, la muerte real, pero una eternidad así es inadmisible”
El chico introduce un nombre al azar: D.

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