Hoy estoy especialmente contento; han nacido tres margaritas
en el invernadero. Sin embargo la alegría me ha durado muy poco: en un análisis
superficial me doy cuenta de que proporcionan un 0,00030% adicional de
calorías, frente al 0,00047% de costes en recursos para los próximos treinta
días, así que decido arrancarlas, las sacudo pulcramente de arena y me las
como, pausadamente, bocadito a bocadito. No debo desperdiciar nada.
Ciertamente me encanta mi trabajo, ver como las plantas
crecen, observarlos diariamente, milímetro a milímetro. A falta de instrumental
he conseguido varias pajitas de la cafetería huyendo de la tripulación, las
hundo a la altura de los esquejes y veo día a día cómo crecen. La luz de mi
flexo hace el resto.
Ha llegado la hora de dormir y no puedo hacerlo, algunos
miembros de la tripulación gritan lastimeramente. Son esa clase de gritos que
se introducen en tus tímpanos y te producen un escalofrío por la piel. La
tripulación no está bien. Yo por si acaso he cerrado con llave la puerta del
invernadero por dentro. Sin embargo no encuentro la llave para ir al baño, no
aguanto más y me lo hago encima. Por la mañana aparezco aseado, pero no
recuerdo haberme duchado. Voy a la puerta y ésta se abre fácilmente porque la
llave ya no está echada; camino por los pasillos evitando que la tripulación
repare en mí. Todos me miran con ojos desorbitados, algunos me sonríen, otros
en cambio me ignoran. Uno de ellos corre tras de mí. Esta zona del espacio no
me gusta, ha hecho de la tripulación una mera marioneta de algo perverso y
gigante. Yo lo llamo el Ente
Y entonces la reconozco. Es mi madre… Dios mío, es mi madre.
¿Qué hace aquí?. Rompo a llorar en cuanto la veo. Ella me mira alarmado. Sus
ojos con patas de gallo brillan emocionados. Sus callosas y trabajadas manos me
cogen las mías
- ¿Qué te pasa, hijo mío?
- ¿Qué haces aquí, madre? ¿Cómo has llegado hasta aquí?
- Ay, hijo, que pesada carga llevas sobre tus cansados
hombros. – me ayuda a levantarme, el shock me ha dejado muy debilitado. Ella me
sonríe.
- No me llames madre – me reprende amigablemente.
-¿Y cómo he de llamarte entonces? No conozco ningún otro
calificativo mejor que ése para ti.
- Llámame hermana. Yo tampoco merezco que me llames madre,
ése es un nombre reservado para otros menesteres.
¡Deseo tanto hablar con mi madre! Contarle lo sucedido, la
locura de la tripulación, que llevo mucho tiempo, no sé cuánto, recluido en el
invernadero por miedo a salir. Deseo saber cómo ha llegado hasta aquí para
poder huir con ella. Claro que mi madre está muerta, no creo que exista ninguna
manera de que la carne pueda huir, sólo el espíritu es libre. Maldito
espacio, maldito universo. Pese a que
intento hablar con ella mi madre me ignora, me sonríe varias veces, casi sin
darme cuenta me ha reconducido al invernadero, donde me hace entrar y me sienta
en la cama
- ahora descansa, hijo mío. Pórtate bien.
- Mamá, no me dejes así, quiero hablar contigo – mi madre me
ignora, sale y cierra la puerta tras de sí.
Lloro desconsoladamente, el Ente juega conmigo, se ha
aburrido de la tripulación, me hace danzar a su son, libremente, me tira de los
brazos, me aprieta la vejiga hasta que vuelvo a orinarme encima. Miro al
exterior, las estrellas siguen danzando, aunque no conozco ninguna.
Hoy no tengo ninguna gana de salir del invernadero. En el
rectángulo de cristal de la puerta ha aparecido un hombre desconocido, con
barba y aspecto serio. Me he incorporado en mi cama y he apretado la espalda
contra la pared. El desconocido me ha escrutado durante un buen rato, yo le he
mirado con insolencia y se ha marchado. Tengo ganas de ir al baño, qué diablos,
me lo haré encima, ya estoy acostumbrado al hedor.
Hoy con horror he descubierto que tengo el cuerpo lleno de
manchas, Dios mío, la enfermedad del Ente avanza. El Ente me estruja, me
levanta, me lleva a la zona de las plantas para que vea que las ha arrancado
todas, yo me aparto asustado, le injurio, le llamo rufián e hijo de puta.
“Maldita sea tu estampa. Déjame en paz. Mátame si quieres”. Y mi madre vuelve a
entrar en el invernadero, materializándose junto a mí
- ¿qué te sucede hijo mío?
- Madre, quiero morirme, no estoy bien. Nadie aquí lo está.
Quiero salir de este sitio, quiero irme al pueblo, donde todos son conocidos,
donde todos están sanos. ¿Por qué estoy aquí?
- Hijo, no desesperes, la fuerza de Dios está contigo, él te
consolará.
Mi madre siempre fue muy católica y practicante, siempre tan
comprensiva. Hubiera querido tener más tiempo para vivir con ella y hacer mi
propia vida.
Haberme casado, haber tenido hijos, la parejita: Laura y
Francisco; que hubieran crecido y madurado y me hubieran dado nietos. Mi sueño
se frustra, El Ente me distorsiona sus caras y no les reconozco. El Ente se
filtra en mis espacios celulares, entre cada sinapsis neuronal. Como en una
maldita noche de fiebre en la que nada tiene sentido.
Por fin veo al Ente cara a cara, o su representación. Es un
hombre alto, moreno, con barba. Es el desconocido. Presiento que será la
batalla final, y que la tengo perdida.
- Quisiera hablar un momento con usted – su habla es
correcta, formal.
- No tengo nada que hablar con usted. Sé que usted aquí hace
y deshace, ha hecho enfermar a mis amigos y a mí mismo, estamos llenos de
pústulas y muy débiles. Si no estuviera tan cansado le partiría la cara en dos.
- Debe descansar más. No está bien que grite tanto por las
noches.
- No me da miedo. Usted me ha quitado mis plantas.
- Eso puede arreglarse. Si te portas bien haremos que
vuelvan las plantas. Quiero que haga algo por mí. De lo contrario…
- No me amenaces…Si morimos de hambre por tu culpa es lo
menos que puede pasarnos. Pero no me doblegarás. Llegaremos a nuestro destino,
aunque yo sea el único hijo de puta cuerdo en esta nave. Adelante, déjanos sin
plantas, pero eso sólo acelerará el proceso que ya ha comenzado con nosotros.
Yo… estoy muy cansado. Muy cansado, muy… can… sa…
Pabellón geriátrico Nuestra Señora de Regla. C/ Soledad
28020 Madrid
Hoja Clínica a fecha 2 de noviembre de 2.050
Paciente: José Luis Martínez
Fecha de ingreso: 1 de octubre de 2.049
Cuadro: Alzheimer en etapa avanzada con trastorno obsesivo
por el arriate de su ventana. En varias ocasiones se ha comido las plantas del
mismo. Hemos procedido a retirarlas.
Hechos: Confunde a la hermana Sor Andrea con su madre. No
conoce a sus hijos Andrea y Francisco, ni a sus nietos Joaquín y Helena. Se
muestra esquivo con los otros pacientes, y a veces violento.
Observaciones: aficionado a las novelas de ciencia ficción, dada
su enfermedad se ha creado un mundo cuyas características que por carecer de
interés no abordaremos. Cree ser más joven.
Hoy, día de su cumpleaños, ha fallecido a la edad de 76 años,
mientras mantenía su charla semanal con Don Alfredo Cobos, médico residente.