domingo, 6 de enero de 2013

LLORÉ, PENSÉ...

Esto no es una elegía. Tampoco es un epitafio… no es una cosa ni la otra. Esta carta es una pérdida, pero no le cantaré a la tristeza, no. Es más bien una despedida, o un hasta luego. Podría perderme en disquisiciones sobre lo efímero de la vida, sobre cómo los mejores nos abandonan antes. Pero me niego, y por varias razones. Ella vivió sin aspavientos, de la clase de gentes que dan la calma necesaria a su alrededor. Se la veía frágil, muy frágil… y ello hacía que te moviera a protegerla. Su sonrisa escondía una tristeza tácita, que aun así era agradable. Su alegría estaba siempre teñida por una gran sombra, demasiado grande y alargada para que alguien tan frágil  la sobrellevara sola. En el sitio donde ella se sentaba hoy existe un agujero oscuro y amargo. Nada crece allí ahora.
Y es curioso… tras la frustración inicial, hoy tengo la sensación de no haberla perdido. Para mí ella simplemente se ha despedido. Fue a otro lugar sin hacer ruido, recogió todo para no dejar rastro de que alguna vez había estado aquí. Quizá algún día nos llame desde otra ciudad, y nos pregunte qué tal va todo, cómo nos va nuestro trabajo, la saludaremos y le enviaremos un abrazo, y una vez colguemos el teléfono tendremos una sensación cálida de que ella está en algún sitio, cerca de su hogar, trabajando y haciéndose una vida. Y sabes que podrás visitarla si quieres, en cualquier momento y día, a cinco horas de tu rutina. Pero que unos días te lo impedirá porque estás trabajando;  otros, por compromisos familiares; y así nunca podrás visitarla. De esta manera y con este pensamiento, día a día, poco a poco, el dolor de nuestra alma irá desapareciendo.

No hay comentarios: