Sé que Madrid es como cualquier otra ciudad, pero los recuerdos de la gran ciudad tienen carácter agridulce para mí:
- Un padre y un hijo esperando con el carro de la compra junto al Supermercado del piso donde vivía. Eran pasadas las 10 de la noche, así que el supermercado estaba cerrado, ambos se encontraban sentados en el escalón del edificio, y yo me preguntaba el por qué de aquella espera – mi calle no era céntrica, y en la gran ciudad aprendes a desconfiar de todo -. Hasta que por fin salió uno de los empleados con el contenedor de basura. Sin prisa, se levantaron y comenzaron a buscar en su particular “compra” en el contenedor del supermercado, y a guardarlo en su carrito. Son “las tres velocidades” de la gran ciudad
- Considero que la calidad de vida de una ciudad se mide por la cantidad de ancianos y jubilados que se ven por las calles. Si hay muchos ancianos por la calle es una ciudad “amigable”, puesto que cuando nos hacemos mayores cada vez nos es más difícil la gran ciudad. En Madrid veía a los ancianos en batín, asomados a las ventanas, día tras día, hasta que me dí cuenta que quien los miraba era yo, en batín, tras otra ventana idéntica.
- en Madrid raramente nieva. Recién llegado y buscando el alquiler me nevó encima. Es algo curioso ver todo blanco, para alguien que es de secano, al estilo de un Paco Martínez Soria que se suelta en pleno centro de negocios madrileño. Confiere a la ciudad un tono agrisado uniforme. El frío era muy intenso.
- En broma siempre comentaba que Madrid estaba “hueco”. Me llamó la atención la cantidad de túneles para el tráfico en la misma ciudad, para los trenes y para el metro. Incluso yendo por los túneles y desviarte en un garaje subterráneo, o deambular por las calles subterráneas a imagen y semejanza de las exteriores.
- Me encantó los paseos por el centro. Siempre abarrotado de gente, de músicos, publicidad, espectáculos. Allí fui a mi primer musical, a mis años. Es algo que normalmente no habría hecho nunca, pero francamente me encantó. Fueron cuatro horas que se me hicieron cortas, y curiosamente fui en Navidad. Y los museos de Madrid me encantaron, sobre todo el arqueológico, el Prado y el Thyssen. Pasear por las calles más “in” como Fuencarral con su mercado herido de muerte y Hortaleza, o Malasaña y sus restaurantes Fashion. O por la avenida en plena feria del libro antiguo, o Reyes en la plaza de Cibeles. Y los fines de semana pasear al tímido sol de la tarde.
- Un padre y un hijo esperando con el carro de la compra junto al Supermercado del piso donde vivía. Eran pasadas las 10 de la noche, así que el supermercado estaba cerrado, ambos se encontraban sentados en el escalón del edificio, y yo me preguntaba el por qué de aquella espera – mi calle no era céntrica, y en la gran ciudad aprendes a desconfiar de todo -. Hasta que por fin salió uno de los empleados con el contenedor de basura. Sin prisa, se levantaron y comenzaron a buscar en su particular “compra” en el contenedor del supermercado, y a guardarlo en su carrito. Son “las tres velocidades” de la gran ciudad
- Considero que la calidad de vida de una ciudad se mide por la cantidad de ancianos y jubilados que se ven por las calles. Si hay muchos ancianos por la calle es una ciudad “amigable”, puesto que cuando nos hacemos mayores cada vez nos es más difícil la gran ciudad. En Madrid veía a los ancianos en batín, asomados a las ventanas, día tras día, hasta que me dí cuenta que quien los miraba era yo, en batín, tras otra ventana idéntica.
- en Madrid raramente nieva. Recién llegado y buscando el alquiler me nevó encima. Es algo curioso ver todo blanco, para alguien que es de secano, al estilo de un Paco Martínez Soria que se suelta en pleno centro de negocios madrileño. Confiere a la ciudad un tono agrisado uniforme. El frío era muy intenso.
- En broma siempre comentaba que Madrid estaba “hueco”. Me llamó la atención la cantidad de túneles para el tráfico en la misma ciudad, para los trenes y para el metro. Incluso yendo por los túneles y desviarte en un garaje subterráneo, o deambular por las calles subterráneas a imagen y semejanza de las exteriores.
- Me encantó los paseos por el centro. Siempre abarrotado de gente, de músicos, publicidad, espectáculos. Allí fui a mi primer musical, a mis años. Es algo que normalmente no habría hecho nunca, pero francamente me encantó. Fueron cuatro horas que se me hicieron cortas, y curiosamente fui en Navidad. Y los museos de Madrid me encantaron, sobre todo el arqueológico, el Prado y el Thyssen. Pasear por las calles más “in” como Fuencarral con su mercado herido de muerte y Hortaleza, o Malasaña y sus restaurantes Fashion. O por la avenida en plena feria del libro antiguo, o Reyes en la plaza de Cibeles. Y los fines de semana pasear al tímido sol de la tarde.
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